lunes, 21 de septiembre de 2009

MESES EN LOS OJOS


Tengo la incómoda tarea de "presentar" un relato que no es mío, incluso presentar los míos es bastante incómodo y trato de no hacerlo. Presentar es una suerte de "cesura", es instalar una perspectiva que puede eliminar otras tal vez mucho más interesantes.
El relato que sigue, escrito por mi gran compañero Juan habla sobre... la obsesión? sobre fantasmas? sobre miradas? Las rabiosas encontramos varias lecturas posibles. Lo mejor de la creación por lo menos para Luz es justamente eso, la capacidad de movilizar e inspirar siempre, siempre, desde un lugar nuevo. Sí, es posible. Qué mejor entonces que no decir más nada y que cada cual se busque entre las letras.

Hasta la próxima, Luz.


MESES EN LOS OJOS

Mentir es negar
una verdad que duele
sin mirar atrás.

Ella se despertaba cada mañana veinte minutos antes que yo. Al principio no me despabilaba, pero con el correr de los días, también comencé a despertarme veinte minutos antes que yo. En ese tiempo, esos cientos de segundos, me detenía y pensaba que era aquello que me había enamorado de ella. Sé que en un principio fueron sus gestos y diferentes niveles de sonrisas que podía aplicar. Tenían que verla, fresca, encandilaba con cada uno de sus dientes. Deambulaba en mi cabeza cada vez que me iba a dormir y sí, me desvelaba, pensando en ella. Y pasaban mucho más que veinte minutos. Y le escribía cartas. Y le dedicaba suspiros y poemas. En esos desvelos me di cuenta que la amaba.
Al pasar el tiempo no sólo amaba esa sonrisa, sino que una bondad intratable la tenía atrapada y yo, cauto e incrédulo, sólo podía maravillarme con su manera de hacer bien las cosas y su obstinada forma de amarme.
Ahora la observo mientras se intenta despertar con la ducha. No me mira, no me respira. No se da cuenta que estoy pensando en esas cosas que nos unían. Sigue tan linda, pero culpable. Tanto como yo.
Nadie me había avisado que las sábanas se van escondiendo entre los meses de deshielo. Ni que las caricias desencuentran las obligaciones conyugales; esas leyendas urbanas sobre la falta de amor se caen y dejan de ser leyenda cuando la propia carne vive el deterioro. No me queda más que alimentar el capricho impulsivo de quedarme a mirar.
Mirar con elegancia.
Mirar al cielo. Al suelo. A los ojos y cerrar mirando.
Mirar piel, miel. Mirar pies, sien.
Mirar pupilas, pestañas.
Pero nunca dejar de ver como mirar.
Y si miramos, percibimos. Pero qué difícil es saber mirar cuando los ojos eligen lo que hay para ver.
Esa noche era mi cumpleaños y como siempre iban a venir amigos y otra gente que no me importa, como en los cumpleaños de toda mi vida. Son cosas que no se pueden evitar.
- ¿Me alcanzás el frasco vacío de mayonesa, por favor?
- Si está vacío no es de mayonesa. Es un frasco. Y nunca fue de mayonesa. Fue y es de plástico. Si los frascos fuesen de mayonesa se desvanecerían con el calor. Imaginate.
No sabía si tomar con humor esas palabras o si debería armar un bolso con mis cuadernos preferidos y recorrer una provincia al azar.
- ¿Te imaginaste?
- No, no me imaginé. Estoy preparando el mantel para la mesa.
- Bueno, porque como lo de la mayonesa, también te puede pasar, como a mucha gente, que pidas un vaso de agua. No existen los vasos de agua. Existen los de vidrio o plástico. Lo que se debe pedir es un vaso con agua o con jugo o lo que quieras.
- Si. Tenés razón.
En ese momento empezó a reírse como si me estuviera tomando el pelo. Pero se alejó de la mesa con paso ligero, porque el teléfono sonaba. Me hubiese encantado que me besara y se olvide de todo.


Casi lo perdono, el teléfono fue la señal que necesitaba para despertarme de nuevo. Yo sé que estoy algo fría. Pero buscando el momento. Los ojos cuando se cierran, escuchan más. Los oídos, cuando hablamos se anulan. Y los recuerdos, cuando aparecen, lastiman.
Estoy segura que él no sabe, no se imagina, que yo conozco con lujo de almanaques, todo lo que hizo mientras estuve internada. Eso no lo cuenta y me culpa de Antartizar nuestra relación.
Hace siete cumpleaños que lo conozco y nunca nos separamos, nunca discutimos, nunca nos gritamos. Lo trato mal, lo sé. El no se defiende, y sé bien porqué. Pero voy a dejar pasar esta noche, quizás unas más. Pero voy a hablar con él acerca de todo lo nunca tuve que callar.
Me encanta despertarme antes y que me mire. Yo me hago la distraída, pero hago más ruidos que de costumbre para despertarlo. No lo culpo, porque fueron muchos meses y no se sabía que iba a pasar conmigo. Pero, quizás si me lo hubiese planteado antes, no estaríamos separando nuestra Pangea.
Lo miro de reojo mientras me ducho y tiene esa cara fértil, de mejillas que brillan. Era tan lindo hace un tiempo. Quizás ahora también, pero siempre se presentan aromas nuevos que no me gustan. Tiene miradas amargas y palabras vacías. Gestos ancianos y un dolor en archivo haciendo malabares con agujas. Debería hacerlo mejor eso de lastimarlo. Pero es joven y yo también.
Llegan los invitados. Sólo uno no tiene los pies en la tierra, y espera unas lunas para ver el sol.



Juan Pablo La Porta

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